domingo, 20 de julio de 2008

28. Eso me dijo mi Susanita

Le dije que Gabo había empezado a los 27, que mi Hojarasca podría venir en un par de años más mientras mantuvieses la fe, mi Susanita linda. Pero parece que Susanita ya no podía más y éste no era otro de esos berrinches sordos que se solucionaban en la cama, a la luz de las velas bajo un te quiero sombrío, un espérame un poco más Susanita que aún no logro inspiración.

No, no era lo mismo, pues ahora tiraba mis pocas cosas por la ventana y lloraba en un zumbido de ventisquero taciturno, sí, ahora Susanita explotaba en un tormento de palabras que me decían que madures, que te bañes de una vez, hediondo de mierda, deja de soñar con la bohemia de un mundo en que las cuentas las paga Moya. Que si por si acaso no lo notaba, ya no fumaba marihuana y que tenía una vida y una apariencia que mantener, no como tú, vago de mierda me decía. Que mi Jefe me mira con ojos de encanto y futuro promisorio; futuro que yo, el mismo pelafustán que conoció idealista hace ya más de 6 años carretiando en la Universidad, no podía darle. Que no crecí nunca como ella esperó y que mi barba ya no parecía de intelectual sino de borrachito incólume. Que la salud, el hambre y las cuentas, niño burbujita. Que el celular viejo y derruido en su bolsillo. Que el agua fría y mis amigos lanas pechando la comida que apenas sobraba. Que era un niño que no podía darle a ella una familia respetable como cualquier otra, que mis constantes impareceres y socratismo se fueran al diablo porque tu alta filosofía, artista de porquería, no dan para criar al bebe que nunca, nunca me quisiste dar; desgraciado -me decía- ni ese consuelo me dejaste. Que mi maldito eclectismo ya le parecía ser de un tibio cobarde que no lograba definirse en nada concreto por temor. Que ya no estaba para Cartagena, que no quería más Piojera, que la luz de mis ojos ya no era azul rebelde como un fuego fatuo y que era mi panza obtusa ahora la incendiaria flamígera de nuestro amor que se rompía a pedazos como mi vida, mi vida consagrada a ti por tanto tiempo me decía llorando mi Susanita.

De todas formas, yo me quedé tranquilo, ahí, impávido, incólume, prefiriendo no decir nada más, sintiéndome seguro en la experiencia de Gabo, en el amor despechado que siempre llegaba después del silencio dulce. La verdad es que poco me importaba, la sarta de verdades que Susanita el huracán, Susanita mi primor, Susanita la fiera de grandes muslos y olor a primavera me echaba encima. De hecho, más bien, imaginé desde cuando habría de haber pensado todo lo que me dijo. Probablemente desde que yo dejé de ser algo para ella o ella empezó a ser algo que yo no vi detrás de mis gafas sucias, sí, eso pensé, sí, linda frase para ser escrita -pensé también. Por que como te digo, poco me importó ahora que lo recuerdo. Después, Susanita me miró con ojos de que le dijera que todo iba a estar bien, que aceptaría el trabajo de su tío, que sí, que ocuparía corbata y me haría ciudadano de primera clase; sí Susanita, cambiaré por ti -pienso que pensaría-, sí Susanita, el sueño ha terminado, es hora de crecer, tienes la razón. He despertado de la modorra amotivacional Susanita y te amo mucho como para perderte amor mío, Susanita mía, flor de mi existencia, único poema que he escrito, tengamos un bebé, que de tu seno nazca al fin la niña de tus ojos, Susanita de mi vida, tendremos una familia, vacaciones en cabaña, domingos en el mall, Susanita de mi corazón todo será distinto desde éste día de abril en que he despertado altivo por el conjuro que exorcizó el demonio del ocio en mi. Susanita mi flor azul, mi querida, mi todo, mi razón de ser.

Eso pienso que Susanita imaginaba en esos momentos, en ese momento en que su furia ciclónica se había apaciguado para convertirse en un llanto quedito como de niño asustado. Sí, eso creía que pensaba mi Susanita con ojos de cabro guacho, con el tormento sincero en la mirada. Pero Susanita también sabía un poco de lo que yo podía pensar, no te diré yo, que a pesar de todo, recordó lo que le había enseñado y cual ojo de huracán, la calma era sólo pasajera. Susanita terminó lo que había empezado, terminó su zumbido de mar enfurecido con algo que si me importó, con algo que no dejó espacio alguno para la persuasión amorosa ni para quedar incólume como siempre lo había hecho. No, Susanita sabía bien, sí, había pensado mucho desde que dejé de ser algo para ella. Las noches solitarias y el constante y tedioso recorrido en la micro habían catalizado bien todo lo que habría de decirme Susanita la amargada, la dedicada a un hombre que la tenía cansada de pelear contra el olvido. Las cosas habían sido meditadas cabalmente esa noche aciaga en que mis cosas habían volado por la ventana, sí, eso era, lo había pensado mucho desde que yo ya no era nada en su biografía particular, me rectifico ahora que me doy cuenta. Tales palabras sólo podían haber nacido del fruto de mi desidia, de la fuerza de su rencor, de la vida que se le vio arrebatada por el ahora extraño idiota que echaba como a perro con tiña.

Tus sueños locos me dices -me dijo Susanita-, tus sueños locos y los 27 años de Gabo hechos Hojarasca recién a esa edad, Francisco mi hombre. Tu esperanza de 25, de los dos años en que venga la gran epifanía a tocarte -dijo bien Susanita- y de hacer de las musas un verso perfecto en el arte de narrar son tu consuelo y tu éxito potencial, ¿no, mi Panchito?, ¿mi primor adolescente, mi inventor de soledades, mi leyenda brillante, mi poeta entumecido?... ¿y Rimbaud, mi chanchito?, ¿olvidaste a Rimbaud tan pronto, amante mío? -dijo letal mi Susanita- Rimbaud empezó a los 19 y terminó a los 21. Francisquito mi niño iluso, mi niño sin excusas… es hora de marcharte. Eso me dijo mi Susanita.

Claudio