domingo, 21 de septiembre de 2008

32. Carta a Verónica

Estimada Verónica:

Ruego disculpe la osadía de este pobre escribano que no ha podido resistir la tentación de echar a volar su imaginación y poner en práctica sus escasas dotes deductivas a la hora de querer arrojar más luz, o en este caso, gruesos trazos al lienzo inmaculado que representa este recién estrenado encuentro entre mademoiselle y un humilde servidor suyo. Aunque hagáis acopio de modestia (actitud ésta que os honra) no hallaréis en mi entendimiento rastro alguno en lo referente a vuesa merced que os iguale al rasero de lo mundano. Fuera de mi alcance está el enumerar todas las cualidades de mujer tan eminente; tan solo puedo alzar los ojos al cielo, cruzar las manos y decir: "¡Bendito sea Dios, que en una sola pieza puso tantas y tan admirables prendas del alma y del cuerpo!". En lo que a este pobre caballero venido a menos respecta, deciros que no se trata de ninguna fuente de delicias físicas ni morales. La portentosa figura o el garbo en el vestir son cualidades que no forman parte de mi patrimonio, pero me complace reconocer que una diestra habilidad en el trato humano encubre gran parte de mis carencias. Soy alma liberal y dadivosa, por lo que no dudaré en ofrecerle rauda y eficazmente mis más humildes servicios en el momento en que MiLady solicite mi ayuda, así como el sencillo hombre del vulgo acude ansiosamente empuñando el acero a la hora de defender su patria. En su anterior misiva se destilaba honda melancolía que no ha pasado desapercibida para persona aplicada en escudriñar los recovecos del espíritu, como un servidor lo es. Estoy convencido de que su navío resistirá los envites del destino, cualesquiera que estos sean, y tornará pronto en Galeón, orgullo de nuestra armada, preparado para salir airoso e indemne de las más crueles batallas navales.

Convengo con usía en que el tratamiento de señora a persona a la que tengo en tal alta estima no es, de ningún modo, el adecuado. La única intención de este humilde servidor suyo era la de poner de relieve todo lo noble y decoroso con lo que - a mi entender - cuenta su excelencia entre sus numerosas virtudes. Por la presente, mediando este pliego como testigo, pongo en conocimiento de su señoría que, a partir de este momento, en nuestra comunicación epistolar utilizaré para con vos el título de MiLady. Me despido, pues, deseando un feliz desenlace del fatídico malentendido y reiterando la incondicional pleitesía que le rindo. Bueno, ¿qué?, ¿follamos?

A sus pies se arrodilla un servidor y besa su distinguido guante.


Benjamin