Estaba el otro día comprando en uno de estos supermercados en miniatura con nombres gringos cuando me di cuenta que de los ocho productos que tenía en la mano, sólo uno era necesario. Los otros siete tenían la suerte que andaba con un poco más de dinero y los ayudé a cumplir su misión en la vida. Hice la fila para pagar en la única caja (supermercado en miniatura), y cuando llegué frente a la cajera (tan gringa también, masticaba chicle), me quedé mirándola un rato. No sé qué habrá pensado. Quizás que le estaba coqueteando. Y, sin decirle nada, volví a los siete estantes a devolver los siete productos innecesarios, disculpándome con cada uno de ellos: "tal vez alguien te necesite, o, más probable aún, tal vez te lleve alguien a quien no le importe comprar cosas que no necesite". Volví a hacer la fila, y cuando llegué, la cajera me miró con cara de nervio. Le sonreí, la saludé. Pagué. Salí del supermercado en miniatura. Y me prometí a mí mismo que la próxima vez que entre a uno será cuando lo destruya.
Roberto Vallejos
1 comentario:
¡El cuento es genial! Muchas veces no se entiende la conducta escrupulosa de algunas personas, pero cuando interaccionan una mente concienciada y el mundo globalizado, sobra toda explicación. Me ha gustado mucho. No pone si es un capítulo, ¿lo es?
Un gusto, Roberto. Sigue escribiendo cosas en las que creas.
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