Ojalá existiera la pastilla que a pesar de hacerme olvidar lo malo, no me dejase hueca el alma de experiencias.
Ojalá estás pastillas hicieran algo.
Estimada Verónica:
Ruego disculpe la osadía de este pobre escribano que no ha podido resistir la tentación de echar a volar su imaginación y poner en práctica sus escasas dotes deductivas a la hora de querer arrojar más luz, o en este caso, gruesos trazos al lienzo inmaculado que representa este recién estrenado encuentro entre mademoiselle y un humilde servidor suyo. Aunque hagáis acopio de modestia (actitud ésta que os honra) no hallaréis en mi entendimiento rastro alguno en lo referente a vuesa merced que os iguale al rasero de lo mundano. Fuera de mi alcance está el enumerar todas las cualidades de mujer tan eminente; tan solo puedo alzar los ojos al cielo, cruzar las manos y decir: "¡Bendito sea Dios, que en una sola pieza puso tantas y tan admirables prendas del alma y del cuerpo!". En lo que a este pobre caballero venido a menos respecta, deciros que no se trata de ninguna fuente de delicias físicas ni morales. La portentosa figura o el garbo en el vestir son cualidades que no forman parte de mi patrimonio, pero me complace reconocer que una diestra habilidad en el trato humano encubre gran parte de mis carencias. Soy alma liberal y dadivosa, por lo que no dudaré en ofrecerle rauda y eficazmente mis más humildes servicios en el momento en que MiLady solicite mi ayuda, así como el sencillo hombre del vulgo acude ansiosamente empuñando el acero a la hora de defender su patria. En su anterior misiva se destilaba honda melancolía que no ha pasado desapercibida para persona aplicada en escudriñar los recovecos del espíritu, como un servidor lo es. Estoy convencido de que su navío resistirá los envites del destino, cualesquiera que estos sean, y tornará pronto en Galeón, orgullo de nuestra armada, preparado para salir airoso e indemne de las más crueles batallas navales.
Convengo con usía en que el tratamiento de señora a persona a la que tengo en tal alta estima no es, de ningún modo, el adecuado. La única intención de este humilde servidor suyo era la de poner de relieve todo lo noble y decoroso con lo que - a mi entender - cuenta su excelencia entre sus numerosas virtudes. Por la presente, mediando este pliego como testigo, pongo en conocimiento de su señoría que, a partir de este momento, en nuestra comunicación epistolar utilizaré para con vos el título de MiLady. Me despido, pues, deseando un feliz desenlace del fatídico malentendido y reiterando la incondicional pleitesía que le rindo. Bueno, ¿qué?, ¿follamos?
A sus pies se arrodilla un servidor y besa su distinguido guante.
Benjamin
Le dije que Gabo había empezado a los 27, que mi Hojarasca podría venir en un par de años más mientras mantuvieses la fe, mi Susanita linda. Pero parece que Susanita ya no podía más y éste no era otro de esos berrinches sordos que se solucionaban en la cama, a la luz de las velas bajo un te quiero sombrío, un espérame un poco más Susanita que aún no logro inspiración.
No, no era lo mismo, pues ahora tiraba mis pocas cosas por la ventana y lloraba en un zumbido de ventisquero taciturno, sí, ahora Susanita explotaba en un tormento de palabras que me decían que madures, que te bañes de una vez, hediondo de mierda, deja de soñar con la bohemia de un mundo en que las cuentas las paga Moya. Que si por si acaso no lo notaba, ya no fumaba marihuana y que tenía una vida y una apariencia que mantener, no como tú, vago de mierda me decía. Que mi Jefe me mira con ojos de encanto y futuro promisorio; futuro que yo, el mismo pelafustán que conoció idealista hace ya más de 6 años carretiando en
De todas formas, yo me quedé tranquilo, ahí, impávido, incólume, prefiriendo no decir nada más, sintiéndome seguro en la experiencia de Gabo, en el amor despechado que siempre llegaba después del silencio dulce. La verdad es que poco me importaba, la sarta de verdades que Susanita el huracán, Susanita mi primor, Susanita la fiera de grandes muslos y olor a primavera me echaba encima. De hecho, más bien, imaginé desde cuando habría de haber pensado todo lo que me dijo. Probablemente desde que yo dejé de ser algo para ella o ella empezó a ser algo que yo no vi detrás de mis gafas sucias, sí, eso pensé, sí, linda frase para ser escrita -pensé también. Por que como te digo, poco me importó ahora que lo recuerdo. Después, Susanita me miró con ojos de que le dijera que todo iba a estar bien, que aceptaría el trabajo de su tío, que sí, que ocuparía corbata y me haría ciudadano de primera clase; sí Susanita, cambiaré por ti -pienso que pensaría-, sí Susanita, el sueño ha terminado, es hora de crecer, tienes la razón. He despertado de la modorra amotivacional Susanita y te amo mucho como para perderte amor mío, Susanita mía, flor de mi existencia, único poema que he escrito, tengamos un bebé, que de tu seno nazca al fin la niña de tus ojos, Susanita de mi vida, tendremos una familia, vacaciones en cabaña, domingos en el mall, Susanita de mi corazón todo será distinto desde éste día de abril en que he despertado altivo por el conjuro que exorcizó el demonio del ocio en mi. Susanita mi flor azul, mi querida, mi todo, mi razón de ser.
Eso pienso que Susanita imaginaba en esos momentos, en ese momento en que su furia ciclónica se había apaciguado para convertirse en un llanto quedito como de niño asustado. Sí, eso creía que pensaba mi Susanita con ojos de cabro guacho, con el tormento sincero en la mirada. Pero Susanita también sabía un poco de lo que yo podía pensar, no te diré yo, que a pesar de todo, recordó lo que le había enseñado y cual ojo de huracán, la calma era sólo pasajera. Susanita terminó lo que había empezado, terminó su zumbido de mar enfurecido con algo que si me importó, con algo que no dejó espacio alguno para la persuasión amorosa ni para quedar incólume como siempre lo había hecho. No, Susanita sabía bien, sí, había pensado mucho desde que dejé de ser algo para ella. Las noches solitarias y el constante y tedioso recorrido en la micro habían catalizado bien todo lo que habría de decirme Susanita la amargada, la dedicada a un hombre que la tenía cansada de pelear contra el olvido. Las cosas habían sido meditadas cabalmente esa noche aciaga en que mis cosas habían volado por la ventana, sí, eso era, lo había pensado mucho desde que yo ya no era nada en su biografía particular, me rectifico ahora que me doy cuenta. Tales palabras sólo podían haber nacido del fruto de mi desidia, de la fuerza de su rencor, de la vida que se le vio arrebatada por el ahora extraño idiota que echaba como a perro con tiña.
Claudio
Victoria iba caminando en dirección a su trabajo, sobre la vereda dura, en donde muchos, como ella, caminan todos los días. Hoy sentía la ciudad más contaminada, más sucia y más ruidosa que otros días; de repente sintió la presencia de alguien que tocaba su hombro ¡hola!, dijo él, era Leonidas con su mirada penetrante y su sonrisa a flor de piel. Le saludo con afecto, posando un beso sobre su mejilla, prometiendo llamarla más tarde para concertar una cita en la cual pudieran conversar, con más tiempo. Él se alejó y en ella quedó su perfume. No sabía, qué era lo que le gustaba de su perfume, luego supo y era ese exquisito olor a madera; sí, ese perfume le gustaba y le identificaba, recordándole su niñez…
…Ahí estaba, a sus ocho años, con su pelo recogido, su vestido rojo y descalza. En aquella época su padre, administraba bosques de pino, en un lugar llamado “Colmenares”, en la Región del Maule. Él tenía a su cargo un gran número de personas que trabajaban en un Aserradero. Extraían del bosque pinos, los cuales eran clasificados por diámetro; una vez clasificada la madera, ésta era enviada, en camiones, a una Fábrica de Cajones de quedaba a unos 90 kms. de aquel lugar. Este trabajo daba sustento a un gran número de familias; sin embargo, esto les implicaba vivir en el campo, ya que en aquel tiempo no existía una infraestructura vial adecuada.
Todo este entorno, otorgaba al lugar el escenario perfecto para los juegos de Victoria y sus amigos; algunos de los hijos de las familias que radicaban ahí. Eran María, Marcelo y José; María, tenía la misma edad de Victoria; Marcelo, era un año mayor y José era el pequeño, su mascota. Tenían a su disposición grandes zonas de bosques de pinos, de los cuales se obtenían los castillos de madera y el aserrín. Pasaban días enteros jugando; en los castillos, a las escondidas; en el aserrín, hacían pelotas y se las tiraban encima; en los bosques, al atardecer, ya muy cansados, solían recostarse sobre la paja, contemplar el cielo y escuchar como el viento atravesaba los pinos, creando canciones.
Su abuelo vivía en el campo y se dedicaba a hacer muebles. Para Victoria su abuelo era una suerte de mago. Sí, pues de un trozo de madera, sacaba una silla o una mesa. Victoria le pidió que le sacara un pizarrón, para jugar a la escuela con sus amigos. Pasado un tiempo, ahí estaba, como por arte de magia; su pizarrón era negro, mediano y de textura suave; en muchas oportunidades jugó con María, Marcelo y José.
(...continuará...)